través de la web o de una reunión si es posible.
RELATO: "SIN TÍTULO"
-Buenos días, cariño – dijo tu
voz al abandonar la habitación
Abrí los ojos, y me dí cuenta que
jamás iba a acostumbrarme a eso. Despertarme y ver cómo te vestías para ir a
trabajar, me suponía un conflicto interno. Por eso, muchas mañanas, prefería que pensaras
que seguía inmerso en mis sueños, y me conformaba con notar tus labios rozando
mi frente, mis mejillas y mi boca, a modo de despedida. Pero esa mañana no podía hacer como si nada
hubiera pasado. Había sido “nuestra noche”.
Aún recuerdo el día en que nos
conocimos. Cuando por azar, nuestros ojos se encontraron, y los tuyos
recorrieron mi cuerpo. Cuando tu boca me
dedicó una amplia sonrisa, dejando al descubierto una hilera de dientes blancos,
perfectos. Recuerdo que no supe que
hacer, y me limité a contestarte con otra sonrisa. Te acercaste, me dedicaste
un par de piropos, y desde entonces no pudimos (ni quisimos) separarnos.
Al día siguiente quedamos, para
tomar un café. El 01 de Febrero, un día oscuro, en una ciudad gris. Pero cuando te ví aparecer, ni la lluvia, ni
la monotonía de esa ciudad, ni siquiera el frío, eran capaces de ensombrecer
ese día. Te acercaste, y supe que habías pasado toda la noche pensando en mí.
No dijiste nada, sólo te acercaste y nuestros labios se hicieron uno
¿Y qué me dices de nuestra
primera noche juntos? En ese piso que compartías con un par de colegas de
profesión. Ellos ni siquiera se dieron cuenta de mi presencia ( ni esa noche,
ni todas las posteriores) Estábamos nerviosos. Queríamos que todo saliese bien.
Lo necesitábamos. Nos dedicamos todo el tiempo del mundo. Queríamos ver como
ambos disfrutábamos. Empezamos a desnudarnos despacio, como dos adolescentes
nerviosos sin saber muy bien qué hacer. Nuestras manos, comenzaron a recorrer
el cuerpo del otro, mientras mis ojos verdes no podían dejar de mirar a los
tuyos. Nos dejamos llevar. De repente,
note tu mano en mi sexo. Y la mía hizo lo propio. No dejábamos de mirarnos. Más
besos. Respiraciones entrecortadas. De repente me ví en la cama, y aunque el
sexo oral que me brindaste ese día, fue el de un principiante, a día de hoy,
sigo pensando que fue el mejor que he recibido. Creía que iba a estallar de
placer. Y me pediste que me tumbara a tu lado. Tus manos, tus labios, tus ojos,
no dejaban de recorrer mi cuerpo. Y nuestros cuerpos no podían dejar de
estremecerse de placer. Tengo que recordarte todo el resto? Fueron horas, en un
ambiente enviciado, con sudor recorriendo nuestros cuerpos desnudos.
¿Y recuerdas la mañana de la playa?
En pleno de mayo, decidimos hacer una escapada a una playa nudista y
prácticamente desierta al otro lado del país, donde nadie nos conocería. Nuestros cuerpos bronceándose al sol, cuando
de repente, te miré, y no pude reprimirme. No hubo besos. Sólo miradas. Sin
previo aviso, realicé lo que para mí, era la felación perfecta. Me daba morbo
pensar que en cualquier momento, alguien podía aparecer por la playa y vernos.
Y así fue. Recuerdo como apareció de la nada, y se quedó a unos metros
mirándonos. En su mirada se notaba el placer que le proporcionaba vernos
follar. Y tú y yo, no sentíamos
vergüenza. Nos pusimos a follar como si estuviésemos en nuestra propia casa.
Sentía tu sexo dentro de mí, cada vez más grande. Tus embestidas, cada vez más
fuertes. Lo recuerdo como si de una película porno se tratara. Hicimos todas
las posturas que se nos ocurrieron, mientras él seguía mirándonos y se
masturbaba. Y eso nos hacía que no paráramos. Nos encantaba que hubiera alguien
masturbándose a tan poca distancia de nosotros. Éramos sus actores porno
particulares. Le brindamos nuestra
follada. Le mirábamos, para que se sintiera parte de nuestro show. Y con cada
minuto que pasaba, más cerdos nos poníamos los 3. Yo quería que él viera el
placer que éramos capaces de brindarnos el uno al otro. No quería que
participara activamente, pero si que nos viera. Que nos envidiara. De repente,
me pusiste a 4 patas, y creí que tus embestidas, iban a partirme en dos.
Estallamos de placer al cabo de pocos minutos, y él con nosotros. Se levantó y
se fue.
Pero esta última noche había sido
diferente. Me había parecido escucharte susurrándome algo en el oído, mientras
tu cuerpo llegaba al clímax. Y me había parecido oírtelo minutos después.
Incluso horas después, mientras tú pensabas que me había entregado a Morfeo. No
sabía si era lo correcto, pero era lo que tenía que pasar. Ya habían pasado 6
meses desde nuestra primera cita, y me habías llevado a cenar a un restaurante.
Nos habíamos tomado unas cuantas copas de vino, mientras nuestros pies se
entrelazaban debajo de la mesa. Tuviste que elegir bien el restaurante,
asegurándote de que estuviese lo suficientemente lejos de nuestra ciudad, donde
nadie pudiera conocerte. Y por fín, fuimos libres. Libres para expresar nuestro
amor. Libres para poder besarnos bajo una farola en medio de un paseo marítimo,
sin tener que hacerlo en la oscuridad de un callejón como veníamos haciéndolo
en los últimos meses. Pero tú, seguías nervioso. Te veía escudriñando cada mesa
de restaurante, cada farola del paseo marítimo, y cada esquina de la calle,
asegurándote que nadie te reconocería.
Nos habíamos ocultado durante
tanto tiempo, que yo no recordaba lo que era poder expresar libremente mis
sentimientos. Nadie había sido consciente en estos meses, que tras tus charlas
delante de tanta gente, cuando yo me acercaba para saludarte como otro
asistente más, tus besos no eran tan castos. Siempre me agarrabas de la cara, o
me abrazabas, de forma que nadie pudiera ver que realmente el beso me lo dabas
lo suficientemente cerca de la boca, como para que tus labios rozaran la
comisura de los míos. O que cuando te
dirigías al público, hablando de amor, tus ojos se pegaban a los míos. Había
magia. Pero esos ineptos, no se daban cuenta, mejor así.
No podía dejar de pensar en esta
última noche. Nos habíamos amado como nunca lo habíamos hecho. Nos habíamos
proporcionado tanto placer,….que ni siquiera parecía humano. Recuerdo la
expresión en tu rostro. Una expresión de placer eterno. No podíamos parar de
tocarnos, de entregarnos el uno al otro. El espejo que colgaba de la pared,
opaco por el vapor que desprendían nuestros cuerpos, fue mudo testigo de todo lo que sucedió. Yo
dentro ti. Tú dentro de mi. Mis labios recorriendo cada poro abierto de tu
piel. El repiqueteo de la lluvia golpeando tu ventana, junto el ruido de los
muelles de la cama, habían sido nuestra banda sonora. Y tus gemidos. No
queríamos terminar. Necesitábamos amarnos durante toda la noche, hasta que
nuestros sexos, al igual que nuestros cuerpos, cayeran exhaustos. Nuestros
cuerpos desnudos, recorriendo cada centímetro de la habitación, amándose. No.
Esa noche no estábamos follando. Esa noche yo aprendí a hacer el amor. Recuerdo
tu mano, recorriendo mi cuerpo. Empezando en mi boca, y bajando en línea recta.
Detenerse al llegar a mi pecho. Seguir
bajando hasta mi ombligo, y otra pausa. En ese momento, mi lengua comenzando a
realizar el mismo camino, pero en tu cuerpo. Tu espalda curvada, y tus ojos
mirando al cielo (curioso lugar para mirar en ese momento) Notar como tu sexo,
crecía con el simple tacto de mi piel. Y
amarnos, desearnos. Todo lo que hacíamos era por dar placer al otro. Queríamos
estallar de placer a la vez. Y no hizo falta si quiera que nos pusiéramos de
acuerdo. Cuando ya no pudimos más, ambos, a la vez, nos corrimos. Y ahí nos
quedamos. Tirados en el suelo, abrazados.
Esto es sólo una parte de nuestra
historia. Todo lo que ocurrió después, no tiene importancia: nuestras rupturas,
nuestras reconciliaciones (llenas de sexo y amor), nuestras discusiones,
nuestros polvos,... Han pasado demasiados años desde entonces. Casi 13. No sé
si hoy, te acordarás de mi. Pero aquí estoy. En la cola. Esperando ver tus ojos
mirando a los míos después de tantos años. Esperando que me reconozcas. Esperando
despertarme otra mañana contigo, y ver cómo
te pones la sotana para ir a trabajar.
Moraleja: Follar es cojonudo,
pero a veces, es mejor hacer el amor.